Tan pronto
como Griselbrand fue liberado del Helvault, su primer pensamiento ya fue acerca
de poder.
Era un
momento agridulce para los demonios, y para Griselbrand en particular. Todo
para lo que este señor de los demonios había luchado había sido llevado a
cabo, y al mismo tiempo, había sido deshecho. Los demonios que Avacyn había
confinado en esa prisión de plata habían sido puestos en libertad. El culto
Skirsdag tendría multitud de entidades oscuras a las que volver a adorar. Y él
mismo podría continuar alimentando la tentación de los mortales, incluso
mientras él consumia sus almas.
Pero
Avacyn, la carcelera, había vuelto también, restituida e incólume. El engaño de
Griselbrand que la encerró finalmente no había servido de nada. Los ángeles
había regresado, y su poder divino restaurado. La mejor opción que tenía era
desvanecerse silenciosamente a Bocaceniza mientras los mortales todavía
estuviesen festejando. Aguardaría el momento oportuno, reconstruyendo su
dominio sobre el mundo tentando a los humanos con promesas de poder. Una vez
hecho esto, un día estaría listo para planear su venganza. Este mundo, pensó,
contemplaría a Griselbrand en todo su esplendor una vez más, y de rodillas
llorarían.
Pero ese
pensamiento duró poco.
El fin de Griselbrand
Liliana no
había llegado tan lejos para ver a su presa escabullirse. Quizá el demonio no
la viera a ella entre las ráfagas de luz, en el patio de la catedral, o quizás
no la reconociera después de tantos años. Pero ella sí lo reconocía, Griselbrand,
uno de los demonios que reclamaban la propiedad de su alma.
Liliana
abandonó Thraben, su trabajo allí había concluido, y siguió los pasos de
Griselbrand hasta Bocaceniza. El asalto a la catedral le había costado mucha
energía, pero era consciente de que el tiempo era un factor vital. Al parecer,
ángeles y agentes sagrados de repente apestaban este mundo. Y sabía que Garruk
la alcanzaría finalmente, si ella lo permitía. Así que ese era el momento.
El intercambio, en última instancia, era
breve. El señor de los demonios se sorprendió de verla, y rápidamente se dio cuenta de lo serio que sería este encuentro. Comenzó con bravuconerías, ella
velozmente lo enmudeció al destruir a varios de sus súbditos. Ella no había
venido para hablar. Él intentó negociar con ella, ofreciéndole incluso más
poder que el que le otorgó con su pacto, ella vio a través de sus mentiras y lo
rechazó, decidida a liberar a su alma del contrato con el demonio.
Entonces
Griselbrand decidió que era el momento de la muerte de esa presuntuosa, y
Liliana dejó que el Velo exacerbara su hechizo de muerte. Un vórtice de pura
maldad brotó de ella, hirviendo en un profundo odio que ella no era consciente
de poseer. Al ser tan gratificante ver perecer a Griselbrand, sus sentimientos
turbaron su concentración, por un
instante temió no ser capaz de controlar en lo que su magia se estaba
convirtiendo. Pero fue en ese momento cuando destruyó definitivamente a
Griselbrand, su empresa había sido completada.
La tierra
donde yacía hacía un instante Giselbrand, estaba ahora vacía. El sulfuroso aire
de Bocaceniza inexplicablemente perduraba. Una turba de demonios menores huían,
dándole espacio a Liliana para poder marcharse mientras ellos se alejaban.
Desde un
extremo al otro de las cuatro provincias, los humanos agradecían con una alegría
silenciosa el regreso de Avacyn. Mientras la Luna se ocultaba, los aldeanos quitaban las
aldabas que atrancaban sus puertas, sus lanzas de plata bendita y sus ángeles henchidos
de poder estaban preparados de nuevo. Las legiones de ángeles respondían la
llamada de los afligidos, contraatacando a las criaturas de la noche. Avacyn lideraba la carga, extendiendo sus alas como
si abrazara a todo el plano.
0 comentarios:
Publicar un comentario